La continua Katherine Mortenhoe by D. G. Compton

La continua Katherine Mortenhoe by D. G. Compton

autor:D. G. Compton [Compton, D. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1974-01-01T00:00:00+00:00


5

SÁBADO

Lo primero que hizo Katherine tras despertarse fue excitar a Harry. Excitar… a Harry. Eso, por fin había caído, era lo que le debía. El hecho de que fuera a abandonarlo, a abandonarlo por razones tan sólidas como complejas que él jamás comprendería, la obligaba a ello. Cuando ella por fin se hubiera ido, y cuando el desconcierto y la protocolaria angustia de Harry se hubieran disipado, sería eso lo que recordaría. Sería eso, el signo y la prueba de su paciente amor, lo que Harry se llevaría consigo, algo mucho más valioso que aquellas trescientas mil groseras libras.

Así la relación terminaría como ella deseaba (que para algo tenía una cultura literaria): no con un sollozo sino con una explosión.

Por eso la noche anterior, alegando una jaqueca que no tenía, lo había rechazado y se había quedado despierta escuchando su suave respirar, hasta que la justicia decidió tomarse la revancha y la jaqueca se hizo realidad. Y también otras cosas… No obstante, Harry dormía profundamente y los quehaceres de ella no lo habían molestado.

Evidentemente, no era el momento de sacar a colación lo del dinero que ahora tenían en la cuenta: ya lo descubriría más adelante, cuando nadie más que él pudiera asistir a sus confusas reacciones; cuando su placer culposo, su vergonzoso sueño dorado, fueran una cuestión privada. En lugar de ello, habían dedicado la víspera a hojear una nueva remesa de folletos turísticos. Harry decía que daba igual adonde fueran: durante su conversación con Vincent, este le había prometido protección las veinticuatro horas y la necesaria conexión televisiva en cualquier lugar del mundo. Además, Vincent iba a utilizar una nueva e interesante técnica de producción; Katherine no tenía por qué preocuparse, decía, apenas notaría la presencia de las cámaras.

Vio cómo Harry ordenaba meticulosamente los folletos en tres pilas: probables, posibles e imposibles. Desde luego, esa primera charla suya con Vincent Ferriman debía de haber sido muy productiva. Muy pero que muy productiva. Habían discutido condiciones, documentos, retribuciones, protección, incluso habían hablado de técnicas de producción… Y luego, una hora más tarde, apenas una hora más tarde, al llegar ella del hospital: «¿Para qué queremos el dinero?», había dicho. Y: «Es una idea repugnante». Y: «Lo he mandado al cuerno».

Con el talón de mil libras de Vincent aún fresco en el bolsillo.

Pobre Harry. Pobre, pobre Harry.

Pero no era eso lo que explicaba su decisión de dejarlo. Eso no era nuevo, en absoluto, no era nada nuevo. Las personas son como son. Eso no cambiaba su amor por él. Como tampoco alteraba su sentimental voluntad de que el último recuerdo que de ella tuviera Harry fuera el de aquel formidable y tierno (y, en retrospectiva, ceremonial) polvo compartido. Era una decisión que Ethel Pargeter —aunque con otras palabras, claro está— habría comprendido perfectamente. Y también los lectores de Ethel Pargeter, con los ojos vidriosos y un nudo en la garganta.

Así pues, aunque la noche anterior lo había rechazado, ahora —justo al amanecer del nuevo día— iba a excitarlo, palpando su



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